La biotecnología ha venido ganando terreno durante las últimas décadas. Queda definida, según el convenio de diversidad biológica de Naciones Unidas como ”toda aplicación tecnológica que utilice sistemas biológicos y organismos vivos o sus derivados para la creación o modificación de productos o procesos para usos específicos” y podemos dividirla en tres tipos: biotecnología roja (ámbito de la medicina), biotecnología blanca (ámbito de la industria), biotecnología azul (ámbito marino) y la biotecnología verde (ámbito de la agricultura).
La biotecnología verde: Los transgénicos
Desde esta perspectiva, ya nada es imposible: semillas resistentes a plagas que garantizan una cosecha exitosa, plaguicidas especialmente diseñados para semillas genéticamente manipuladas, frutas con todas las vitaminas originales más las añadidas artificialmente en el ADN de la planta.
Podríamos decir sin ánimo de ironía, que el mundo de la alimentación está realmente “tocado”.
Los alimentos transgénicos son aquellos que derivan de organismos genéticamente modificados y en la actualidad, podemos hablar de cuatro grandes cultivos a los que se aplica esta tecnología: el maíz, la soja, el algodón y la colza.
Quien controla la producción de semillas modificadas genéticamente en todo el mundo es la multinacional estadounidense llamada Monsanto. En sus orígenes, nació como proovedora para la industria química (hasta fue contratada para producir un herbicida llamado “agente naranja” utilizado en la guerra de Vietnam con el fin de destruir la selva y las cosechas), luego se dedicó a la fabricación de plásticos y a partir de la década de los ochenta, se lanza a la carrera biotecnológica, convirtiéndose en la empresa que tiene el monopolio de las semillas transgénicas en la actualidad.
Monsanto y la policía de los genes
El modelo de producción de Monsanto se basa en el control estratégico de la producción y explotación de granos transgénicos a través un sistema de patentes (con los consiguientes derechos de propiedad intelectual que esto conlleva), en el que el agricultor se compromete a utilizar las semillas transgénicas que compra durante un período de tiempo y hectáreas determinadas.
De esta manera, Monsanto logra asegurarse que los agricultores que cultivan sus variedades transgénicas (como Roundup-ready, resistentes al herbicida Roundup, elaborado por ellos mismos) compren cada año semillas nuevas y no reutilicen parte de las obtenidas en la cosecha del año anterior, a riesgo de ser perseguidos por la llamada “policía de los genes” que funciona promoviendo la competencia entre agricultores mediante la denuncia telefónica. En ocasiones, cuando haya sospechas respecto a determinado agricultor que afirme estar cultivando semillas no transgénicas, la empresa realiza fumigaciones en las hectáreas sospechosas ( sin previa autorización y accediendo a propiedades privadas, claro está) con su propio herbicida Roundup para detectar si el cultivo muere o de lo contrario, es transgénico y prospera, en cuyo caso el agricultor es sancionado.
Se trata de un doble castigo a los agricultores: los que deciden cultivar transgénicos y los que no desean hacerlo y optan por comprar semillas convencionales o eligen la agricultura ecológica, que sufren las consecuencias si sus cultivos se contaminan con los cultivos genéticamente modificados por la llamada “polinización cruzada”, lo que genera híbridos con graves problemas de supervivencia durante la cosecha.
En este injusto sistema de patentes, quien sufre las consecuencias se hace responsable y paga un precio muy alto, que suele tener que ver con firmar acuerdos amistosos con la multinacional para evitar perder los campos, lo que implica un mayor control por parte de Monsanto y una pérdida de soberanía sobre los cultivos por parte de los agricultores y productores.
Otra medida de sanción que aplica la multinacional a campesinos sospechosos de cultivar sus semillas fuera del marco de protección de patentes, tiene que ver con el pago de una indemnización por porcentaje total de venta una vez finalizada la cosecha.
Agricultura sin agricultor: Consecuencias del modelo productivo de Monsanto
- Destrucción de los suelos que quedan estériles después de la plantación de semillas transgénicas y necesitan cada vez más agro-químicos para recuperarse . El suelo se empobrece y pierde productividad, por lo cual es necesario la adición de fertilizantes.
- Contaminación de otros ecosistemas y desaparición paulatina de la flora y fauna relacionada con otro tipo de cultivos desplazados por la plantación mayoritaria de cultivos transgénicos (mono-cultivo).
- Posible desaparición del cultivo de semillas no transgénicas.
- Pérdida de soberanía alimentaria: nuestra alimentación controlada por un monopolio.
- Cruce genético (contaminación transgénica) y problemas con la biodiversidad.
- Indígenas, campesinos y agricultores quedan sin garantías para seguir cultivando el campo, volviéndose esclavos de las multinacionales que controlan todo el proceso productivo de plantación de semillas genéticamente modificadas.
- Problemas sociales relacionadas con el desplazamiento rural hacia las grandes ciudades: los campesinos se ven obligados a irse de sus tierras y crear un sistema de subsistencia alternativo al del campo.
De todas formas Recomendamos este artículo de MamaBio.es donde indica cómo evitar comprar productos transgénicos si compras en supermercados.
Guía rápida para evitar comprar transgénicos
Seguro que tienes un transgénico en tu despensa en estos momentos. O más. No te alarmes. Nadie queda al margen de estar comprando en estos momentos alimentos OMG (Organismos Modificados Genéticamente; organismos cuyo material genético se ha alterado de una forma no natural o que han sido producidos a partir de una sustancia modificada) porque probablemente no sabemos identificarlos cuando vamos al supermercado y acaban en nuestra cesta de la compra.
Para poder identificar las marcas que utilizan estas sustancias en sus productos, Greenpeace actualiza periódicamente el listado de transgénicos a la venta en España, marcando en verde los que son seguros y en rojo los que no lo son, tanto porque se ha detectado en laboratorio la presencia de OMG como porque sus fabricantes no han garantizado la ausencia de ellos.
Estas son algunas de las marcas marcadas en rojo por la organización ecologista:
De la firma Kelloggs’s: Corn Pops, All-bran.
Chocolates como Toblerone y Kit Kat, Twix, Nestlé, Crunch, Nesquik, Cadbury.
El Ketchup de la marca Heinz.
La mayonesa de Hellman.
Los refrescos Coca-cola, Minute Maid y Pepsi.
Las patatas fritas Lay, Pringles y los snacks Cheetos.
Aceites como Carbonell, Koipe, Koipesol, Fenómeno y La Masía.
Las margarinas Flora, Ligeresa y Tulipán.
Todos los alimentos infantiles de Nestlé más Nutricia, Milupa y Bledina de Danone.
Preparados y conservas de Knorr, Calvé, Maizena, Maggi, Buitoni, Litoral, Solis y La Cocinera
Las bebidas de Nesquik, Nescafé, Bonka, Eko y Ricore
Y los cereales de desayuno Chocapic, Fitness, Crunch, Estrellitas y Kelloggs, entre otros.
Como pequeña guía para no caer en los transgénicos me quedaría con estos puntos:
1. Consumir productos ecológicos siempre que puedas.
2. Leer siempre las etiquetas antes de decidirte por una marca u otra.
2. Evitar adquirir platos de comida rápida. Es muy probable que contengan transgénicos.
3. Rechazar el pan y la bollería que no sea fresca (casi siempre contienen lecitina, glucosa y otros aditivos dudosos)
4. No consumir salchichas ni carne en conserva. Se fabrica toda adicionando sustancias modificadas.
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